La Muerte pasea conmigo,
en calles infestadas de soledad
va descalza y lleva vestido nuevo,
mi perfume le agrada
y suspira con los poemas que le dedico,
tiene una rosa entre sus senos
y en noches cuando la locura
y la melancolía destrozan mi corazón
ella entona para mí
el canto de los desahuciados.
— No estás solo —me dice y continúa—,
yo soy quién se rindió a tus penas
las veces cuando el amor te despreció,
no uso promesas ni ilusiones
pero soy la última esperanza
puesta en tu tragedia,
siempre te he visto en un lecho de sangre
con la sonrisa apagada
mientras los pensamientos
dibujan un cementerio marchito.
Y yo, caído en el éxtasis le respondo:
— De todas las mujeres
que se cruzaron en mi vida
¡tantas o tan pocas!
como la fugacidad de mi alegría,
sólo en ti la belleza
se convierte en bendición,
por eso te invoco desde el infinito
cuando mojo mis recuerdos
y sólo encuentro grandes abismos
que me hacen caer en tus pestañas.