(A Edgar Allan Poe)
El destino pudo, pero no lo quiso,
la dicha y el porvenir tampoco,
nadie se manchó las manos
para no estropear la eternidad.
Habría sido mejor un champagne
a ese trago barato
con el ahogaba los suspiros
en noches cuando la tristeza dolía.
Habría sido mejor la infamia
de muchas amantes,
a un amor verdadero
que pronto partió.
La muerte pudo, pero tampoco lo quiso,
cuando la peste se llevó lo más querido,
perturbando su alma con historias
y poemas de amores fallecidos.
Entre los espíritus regados sobre el alcohol
ondeaba también su silueta
y sus paños mojados en las lágrimas de la vida
que ansió volver a recorrer.
Adorno de seres nocturnos,
manojo de una temprana depresión,
para que los huérfanos entonaran un himno en su velorio.